La antesala del infierno
Arrancada de
sus brazos, mi madre me dio un cuaderno y una caja de pinturas y me dijo:
<<pinta todo lo que veas>>
Allí, acabó
mi infancia bajo la responsabilidad de dar manifiesto y dejar constancia de mi
paso por lo que fue conocido como “la
sala de espera del infierno”
Hacinados,
con las literas recortadas para disimular la aglomeración y engañar a la
inspección de la Cruz Roja, nadie miraba a los niños a unos ojos, donde se
podía intuir un final esperado.
Teníamos
hambre, y tocar la alambrada significaba una muerte instantánea, aun así,
compartimos pan y risas.
Dibujé, evadiéndome
a través de ellos, y otros niños me siguieron a un mundo donde el bien,
prevalecía sobre el mal, donde la voluntad era libre, y la esperanza el camino
a casa, dejando constancia de la maldad del ser humano, y de lo que es capaz de
hacer.
Sobreviví a
las mayores atrocidades, a la opresión más manifiesta y cruel que se pueda
presenciar.
Rescaté
cerca de 4500 dibujos. La visión de unos niños donde su percepción era aún más
dura que las palabras, testimonio indeleble de aquella barbarie.
Mi casa fue
un campo de concentración en Terezin, (Praga).