lunes, 10 de julio de 2017

La moda de destrozar mitos.

Estaba yo una noche del pasado fin de semana cenando tan ricamente, haciendo zapping tratando de encontrar algo en lo que fijar la vista mientras masticaba, cuando topé con una de las películas de la saga Crepúsculo (Eclipse en concreto). La vi un rato, no por interés, válgame el cielo, sino que la observaba mientras mi cabeza pensaba que hemos hecho (o han hecho, mejor) con los personajes clásicos de terror. Ya no voy a pararme a opinar sobre la representación infantiloide, ¿un vampiro que brilla, en serio? En mis tiempos eso se llamaba GusiLuz , y a oscuras daba bastante más canguelo que estos seudovampiros del tres al cuarto que por no tener no tienen ni colmillos, y ya no digamos el mas mínimo rasgo de maldad o sombra externa que represente lo que su interior alberga (Tanto tofu debe acabar incluso con la ponzoña del organismo) Lo del argumento.... son actualizaciones de estúpidas comedias románticas de instituto (americanas por supuesto, porque si al menos fueran españolas tendríamos más humor, más sexo, más violencia, más droga y más rock&roll, es decir algo de entretenimiento). 


Soy un vampiro New Age, ¡Cómo molo!
¿Que este de al lado es qué?



















Buscando en mi interior a qué me retro llevaba la sandez que estaba presenciando, acabe concluyendo que Crepúsculo es una versión 2.0 de algo así como un hibrido entre Grease y Lo que el Viento se llevó (solo que Escarlata tenia bastantes más huevos y atractivo, y daba bastante más juego que la insípida Bella) Entre esto, la costumbre de hacer de nuestros añorados monstruos héroes de acción (Underworld, Resident Evil, la patochada del Frankenstein de Aaron Eckart mejor ni mentarla, etc.) cualquier día acabaremos presenciando la comunión o el baile de graduación de la niña del exorcista, acompañada por su príncipe azul zombi al que, por supuesto, la putrefacción no le afectara no solo a su fisico, sino tampoco al sobaco, faltaría más.

Si Vlad Tepes levantara la cabeza se empalaba en propia puerta, fijo.

jueves, 6 de julio de 2017

Un paseo por Ochate.

Toda creación tiene mucho que ver no solo con la imaginación que la da forma, sino también con el entorno que nos rodea y nuestras propias experiencias vitales. Como autores es importante tener referencias que ayuden a crear mundos y que estos sean lo suficientemente realistas como para calar en un lector. El ¿trabajo? de un autor no se ciñe exclusivamente a escribir, que seria el resultado final de otro tipo de labor, unas veces mas ingrata por pesada y otras muy divertida, como es la documentación, investigación, y a veces la localización física de paisajes o escenarios en los que luego poder desarrollar las tramas o a raíz de los que construir mundos ficticios.






En esta linea, y un poco saturados de estar frente al ordenador (son pocas las ocasiones que tenemos de trabajar juntos, y cuando se dan las exprimimos al máximo) decidimos un día de la semana pasada variar el tipo de trabajo y aprovechar para aunarlo con otra de nuestras pasiones, el misterio, visitando el mítico pueblo (o mas bien lo que queda de lo que queda) de Ochate, enclavado en el Condado de Treviño, a poco mas de 90 kilómetros de Bilbao.


Ochate es famoso por ser un pueblo que durante su existencia, desde las primeras referencias que se tienen de él en el siglo XI, fue alternamente habitado y deshabitado por diversas causas hasta su completo abandono en torno al primer cuarto del siglo XX. Sin duda, las causas que han quedado en el imaginario colectivo dotando al pueblo del aura de misterio que le rodea, son las relacionadas con las continuas epidemias que parecían solo afectar a este pueblo, respetando los adyacentes.

A partir de ahí, apariciones (la Dama de Ochate), fenómenos paranormales, avistamientos OVNI, etc... han sido mas un cumulo de leyendas que han ido creciendo que una realidad constatable.



La verdad es que de Ochate hoy en día lo que queda es solo eso, su leyenda, y sobre todo su historia, porque las ruinas cada vez son mas ruinas, y de hecho hay que echarle una buena dosis de imaginación para imaginar (valga la redundancia) con lo poco que queda en pie, que en aquel lugar en su día existió un pueblo como tal. Todo esto gracias, como no, al vandalismo y la falta de respeto de la condición humana por su propia historia, que ha hecho de este lugar abandonado, enclavado en medio del monte, de lugar de reunión (podéis imaginar para qué, porque cualquier suposición que hagáis sera cierta) y encuentro de jóvenes, cuadrillas, etc.. que han ido derribando muros y vigas milenarias, hasta quedar reducido el lugar a la Torre de San Miguel que sigue presidiendo con solemnidad desde su púlpito en lo alto parte del condado (eso si, decorada su entrada con horribles grafitis), una construcción que nos recuerda que en algún momento allí hubo una vivienda, y alguna pared semiderruida, amen de restos que salpican el camino de entrada y el campo donde un día estuvo situado.






En ese aspecto no puede decirse que la visita sea de mayor interés que poder decir <<he estado en Ochate>> ni muy recomendable desde el punto de vista turístico ni arquitectónico. Si es cierto que la soledad del lugar, el abandono en medio del monte, su silencio solo amenazado por el viento o el crepitar de las gotas de lluvia sobre las hojas y la tierra, ese misterio que no es tal pero que se encuentra enclavado en la memoria por herencia de la reiteración, provoca que se respire cierta sensación de inquietud, o puede que solo queramos ver o sentir algo donde realmente no queda eco de nada.



El mayor misterio que nos encontramos fue un perro con un curioso comportamiento hacia nosotros. Tras aparcar en el pueblo de Imíruri y bajarnos del vehículo, apareció el susodicho tras unas casas y desde ese instante se nos acopló como si fuese nuestro. Cariñoso y juguetón, parecía que conociese el motivo de nuestra presencia allí, y nos dirigió a través de los cerca de dos kilómetros y medio que nos separaban de Ochate hasta el lugar, hasta el punto que cerramos el gps del móvil y nos fiamos de el desde que abandonamos la carretera nacional y nos adentramos por los caminos de tierra cuando vislumbramos la torre de San Miguel que nos servia de faro. Se adelantaba jugueteando y correteando, regresando a nosotros pendiente en todo momento de que lo seguíamos. Incluso una vez en Ochate una parejita que salió de alguna parte superior del monte (con sus cervezas y sus cigarros, of course) se cruzó con nosotros y llamo la atención del animal, pero raudo los dejo de lado y siguió a nuestra vera, conduciéndonos de regreso a Imíruri e incluso poniéndose a llorar cuando pareció presentir que aquel era el final de nuestra pequeña relación.




En breve subiremos un vídeo a nuestro facebook en el que podréis apreciar mucho mejor tanto el paisaje como las ruinas de Ochate, así como ver al perrillo en cuestión.

Un abrazo