Tal vez sea la época, que
me hace sentirme tan gris como ella. Quizá tan gris como es el color de mi
propio alma. Los días semioscuros, las noches teñidas de sombras; la tristeza
en unas calles húmedas, que desbordan aun más la insufrible nostalgia de mi corazón.
Retazos de un pasado seudofeliz, que inundan de añoranza la atmosfera que
respiras. Sueños que se aletargan, conscientes de la certidumbre que desmonta su fantástico alumbramiento.
Cuando la soledad te
devora por dentro, como millones de pequeños cristales afilados que te
desgarran a cada pensamiento, y como solución, tu necesidad únicamente te pide
estar solo; cuando la desidia te gobierna con latigazos que descuartizan tus
esperanzas; tiras de piel que caen a jirones, llevándose consigo la
mentira con la que tu ser se disfrazaba; piel de cebolla que reviste un embuste;...
entonces has tocado fondo.
Una nueva antesala, estación previa a un nuevo sótano.
Un nuevo purgatorio.
Porque el descenso a los
infiernos no parece tener fin, mientras por encima de tu cabeza, más allá, has
dejado hace tiempo de ver nada.
Ni fuiste, ni eres…, ni
por supuesto serás nada.
Una vida resumida en una
palabra: NADA.
Peter Pan dejó de crecer,
mientras Campanilla siguió su camino.
Tal vez, consciente de que
mas allá de Nunca Jamás, la vida continuamente le recordaría su futuro:
O Nunca,… o Jamás.
En la vida real, los
sueños encuentran su frontera. La insensible realidad que deshace lo imposible,
hasta reducirlo a calambres que erizan tu piel, pasando como un deja vu de lo
que siempre soñaste, pero en realidad nunca llegó a ser.
De lo que creíste sentir,
pero fueron placebos.
Pequeñas muestras de
felicidad; guiños sarcásticos del destino; del sentir y del deseo más
inimaginable; la lujuria extrema acompañada del más noble sentimiento; que en
realidad únicamente mostraban lo que debió ser…, pero jamás sería.
El amor más grande que un
hombre pueda soñar, se acompaña del dolor más grande que jamás pueda imaginar.
Dolorosos residuos de
todo lo que debió pertenecerte, pero decidiste no tener.
Y el tiempo pasa.
Y aunque te estancaste,
luchando contra ti mismo en una batalla que sabias perdida, lo único que podía salvarte,
se convirtió en la mariposa que siempre imaginaste, hasta que cada uno de sus
aleteos se transformo en el arma que acabaría por destruirte.
Ojo por ojo…
¿Hasta qué punto resiste
un ser humano? ¿Cuánto tiempo más puede aguantar un cuerpo humano durmiendo a
cuentagotas?
Víctima de un severo
agotamiento, cuya intensidad te impide, contradictoriamente, descansar. Presa
de una desidia que te dificulta concentrarte en nada, sumiéndote en el castigo
continuo de tus propios pensamientos. Arrebatándote lo único que ya quedaba en
ti:
Tus sueños, tus fantasías, tus deseos y
esperanzas… La chispa que, aunque de manera tenue, iluminó una vida, una senda
repleta de sombras.
Impedido por un bombardeo
de pensamientos, a cada cual más destructivo. Más hiriente.
Confundido por lo que no
te acaba de encajar. Por lo que te confunde y no se te explica. Tal vez, porque
las respuestas son las mismas conjeturas que a ojos del mundo, del único mundo
que para ti existe, sacaba a la luz la realidad que tratabas de camuflar.
Todo lo malo que hay en
ti.
Cuando tu guía, tu luz,
tu tótem, te muestra aquello que presentías, pero no querías aceptar; cuando
eres consciente de que sentirse especial, no significa serlo en el sentido que
deseabas; cuando sales perdiendo en cualquier comparación…, entonces solo queda
aceptarse, y olvidar todo aquello que te confundía, y a lo que te aferraste sin
querer avanzar.
Cuando la chispa muere,
se lleva consigo cualquier ilusión. Se consume al ritmo de cada latido de tu corazón.
Tan lentamente, que cada bombeo te ahoga al respirar, asfixiándote con el
recuerdo de aquello que solo existió en tu imaginación.
Nunca estuve a la altura
cuando debí estarlo. Siempre quise hacerlo bien, pero nunca supe cómo.
Pero tampoco nadie acabo
de entender como soy, lo que necesito. Como siento, o como pienso.
El verdadero ser que
habita en mí…, y que a mí mismo aterroriza.
Pero hubo un tiempo, un
halo, que hizo que mi reflejo pareciera deslumbrar.
Ilusiones.
Lo que soy. Lo único que
habita en mí.
Mis palabras, único arma
disponible, no lograron explicar el caudal de lava que es mi sentir. Mi presencia, tan efímera
como eternamente deseada, no consiguió transmitir la realidad de mi incondicional
entrega.
No supe.
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