martes, 11 de noviembre de 2014

Nuevo relato corto: JUSTINO CABRERA (Retrato de un asesino)

JUSTINO CABRERA


Aquella mañana amaneció lluviosa. Las pequeñas gotas martilleaban sobre el frío metal de la pala. El viento arremetía con furia contra las hojas de los arboles, llegando a desgajar algunas de sus ramas. Justino Cabrera, el enterrador, se levantó temprano para preparar el nicho. Abstraído por el momento, esperaba la llegada del séquito con la mirada perdida.

La funesta imagen de la muerte se acercaba de forma inexorable, y la sensación que le provocó le recorrió el cuerpo como una gota fría. La reconocía, pues era la misma que en su niñez marcó la ruptura de toda realidad tangible con el mundo exterior.

Le asaltó el recuerdo de aquella víspera de Todos los Santos, cuando su padre le encerró en aquel angosto y repugnante cubículo.

Le oía reír en el exterior, mientras él, en el interior de aquel retiro, tenia que defecar en el suelo. Solo heces y escoria para soportar callada y estoicamente todos los dolores y humillaciones. Aquellas eventuales vacaciones le servirían para futuros encuentros con la crueldad dominante de su semejante. Quince horas en aquel cuchitril eran suficientes para que salieras bueno y limpio; castigado y amonestado, naturalmente, pero lleno de buenos propósitos.

Esa mañana, entregado como estaba a sus sensaciones y sentimientos mas horrendos, dolorosos y denigrantes, la vida le sabia a desesperación. Todos aquellos crímenes le bombardeaban el alma y la conciencia. La vida resonaba en él como una resaca, un recuerdo amargo que era capaz de degustar hasta la saciedad.


La primera vez nunca se olvida. Aunque se perpetren asesinatos horribles y cada uno de ellos sea mas atroz que el anterior, el sabor de boca que deja el primero es irrepetible. Ese debatirse entre el miedo y la cobardía, ese temor paralizante alojándose en el cuerpo, y los escalofríos recorriendo hasta la ultima extremidad. Aunque la razón siempre intenta abrirse paso con finalidad disuasoria, la complacencia de asesinar siempre prevalecía en Justino, porque aquello para él era una vivificante forma de superación personal.

Se oyó un golpe seco, y un sonido gutural salio de sus labios antes de caer con aplomo contra el suelo. La masa encefálica resbalaba por su nuca hasta perderse por la espalda. Miraba con confusa perplejidad, haciéndose la sorpresa en sus sombríos ojos. 
Entonces, la expresión de su rostro cambió a la beatitud al ver a la niña yaciendo sobre la helada y húmeda tierra que envolvía su frágil cuerpecillo.

El peso del rencor se aferraba con fuerza a sus recuerdos, haciéndole sentir con presión intolerante, igual que cuando era niño, las garras de la soledad. Su padre reforzó con frialdad e intolerancia el carácter de Justino, afianzando en este sus mas ignominiosos y abyectos actos. Les arrebataría la inocencia junto con sus vidas.

Desde entonces, Justino Cabrera se encargo de aterrorizar al pueblo de Cuervo Negro.
Los cuerpos de los niños yacerían por doquier, convirtiendo el bosque en un purgatorio dantesco, sembrado de extremidades; siendo los árboles sin hojas del otoño, arrancadas por una oda de lamentos.

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